

Vaya . . .

Bueno aunque sea a escondidas bajate los 2 primeros, 1950 y 1951, con sus 4 ultimos minutos en imagenes dedicadas al Peña Rhin BCN

Punto a este tema,Pasar el San Gotardo conduciendo aquel automóvil cargado con la caja de repuestos no era propiamente una diversión. Era poco apropiado para aquellas curvas, por lo que tuve que luchar con toda mi fuerza para poder dirigirlo por aquel pedregoso, estrecho y polvoriento camino.
Llegamos a Milán por la tarde, cansados, sucios, pero indemnes. El Hotel Marchesi, donde teníamos reservadas habitaciones, estaba situado en un idílico extremo del Parque de Monza. Mas no quedaban libres habitaciones individuales, por lo que Neubauer y yo hubimos de compartir una doble.
Los mosquitos que procedían del parque eran inaguantables. A pesar de los espesos visillos, aquellas criaturas sedientas de sangre entraban a bandadas y se posaban en las blancas paredes.
Cuando llegó la hora de acostarnos, Neubauer y yo nos escurrimos en la habitación con la luz apagada. Corrí a la ventana y la cerré. Neubauer encendió la luz y, armados de zapatillas, empezamos una auténtica batalla contra los mosquitos. Si subíamos a las camas podíamos atacar a los del techo. Por lo menos exterminamos sesenta mosquitos. Las paredes mostraban huellas de que otros huéspedes habían emprendido cruzadas parecidas. En resumen, podíamos dormir en paz.
Durante los entrenamientos no tuve ocasión de poder conducir. Costó mucho trabajo ajustar los coches, hasta tal punto que los pilotos titulares apenas dispusieron de tiempo para entrenarse. Me dediqué a observar a los automóviles Alfa Romeo, que parecían más potentes que los nuestros.
Ascari era un hombre de apariencia impresionante. Conducía un Alfa y era el adversario más temible.
El 19 de octubre de 1924, a las diez de la mañana, dio comienzo el Gran Premio de Italia, con 800 km de recorrido. Ascari arrancó como una exhalación. Yo tenía el mejor asiento como espectador, pues subí al tejadillo de nuestro departamento. Werner y el conde Zborowski no pudieron arrancar en el primer momento; los motores no quisieron ponerse en marcha.
Por fin logró salir Werner, y después Zborowski.
Ascari, con su Alfa, si situó destacado en cabeza. Los seguidores Campari y Werner, y más lejos Masetti, los tres con Mercedes. Luego iba el grupo formado por Minoia, Neubauer y Werner. En la vuelta diecisiete, Werner se detuvo en el box para cambiar bujías. Una pérdida de cinco u ocho minutos.
- ¡Caracciola! – me llamó Sailer -. ¡Baje, venga, salga!
Fingí que el ruido de los motores no me dejaba oír, y bajé sin apresurarme del tejadillo. Cuando llegué, Werner ya había partido. Neubauer se detuvo también para cambiar bujías. Se detuvo Merz: cambió bujías.
Ascari casi volaba. Batió el récord de la vuelta, a la velocidad de 147 kilómetros por hora.
Después de los primeros 400 km, los Alfa Romeo se detuvieron para repostar. Ascari tenía mucha prisa por arrancar de nuevo. Olvidó que había llenado por completo el depósito y que por consiguiente había variado el centro de gravedad. Al abordar una curva el coche patinó, se atravesó en la pista, pero en el último momento Ascari pudo dominarlo. El conde Masetti abandonó en la vuelta 42 por rotura del conducto de la gasolina. Zborowski repostó en la vuelta 47 y cambió neumáticos. Después se situó detrás de Ascari. Nada más desaparecer de nuestra vista, oculto por la primera curva, vimos una gran polvareda. La gente corrió agitando los brezos. Zborowski se había estrellado. En la famosa y estrecha curva de Lesmo reventó el neumático delantero derecho y el automóvil chocó con un grueso poste. Le llevaron al hospital con el cráneo fracturado y poco después murió.
Ascari cruzó la meta con varias vueltas de ventaja sobre los demás. Entonces supimos la muerte de Zborowski. Max Sailer levantó la bandera para que Werner y Neubauer pararan en señal de luto por la muerte de un camarada de equipo y gran deportista.
A principios de siglo, el padre del conde Zborowski sufrió un accidente mortal en el sur de Francia. Conducía un Mercedes en una carrera en cuesta.
Al parecer, el accidente tuvo origen en que uno de los gemelos de la camisa del conde se enredó en el volante, lo que durante un momento le hizo perder la dirección.
El Gran Premio había acabado. Estaba contento por no haber pasado por la dura prueba de conducir en aquellas desgraciadas circunstancias.