1. GP de España 1993, Montmeló. Mi primera carrera
Durante una comida familiar en la Navidad de 1992 mi padre, sin venir a cuento, dijo:
-Julián, este año vamos a la fórmula 1 a Barcelona.
-Ah.
-¿Qué pasa? ¿No te quieres venir?
-Sí, sí, claro.
Lo cierto es que contesté con esa falta de entusiasmo porque sencillamente no le creí. Mi padre suele soltar al aire muchas ideas y proyectos de los que luego finalmente sólo se realizan unos pocos, así que no tenía muchas esperanzas de que este precisamente se llevara a cabo. No sé porqué razón no me parecía muy factible. Yo estaba en mi primer año de universidad y no me veía yéndome a pasar un fin de semana a Barcelona cuando debería estar estudiando. Además, por aquel entonces, la F1 me importaba más bien poco: Ferrari llevaba unos años malísimos y poco a poco había ido dejando de seguirla y, sobre todo, lo que más me preocupaba entonces era que a la chica a la que amaba locamente yo no le importaba lo más mínimo. Me había dejado hacía casi dos años y yo apenas si pensaba en otra cosa, se ve que me parecía muy romántico eso de estar tristísimo y autodestructivo a base de alcohol, quizá sólo era cosa de la edad.
El tiempo pasó y no se comentó nada más del tema de la carrera. Claro que yo estaba en Madrid y mis padres en Lorca y tampoco nos veíamos demasiado, pero, vamos, cuando volví a casa en Semana Santa no se comentó nada más.
De repente, la semana previa al GP me llamó mi padre por teléfono a la residencia.
-Julián ¿te vienes a la F1 o qué?
-Pero si es este fin de semana y el lunes tengo un examen de Cálculo...
-Venga, que es una carrera de fórmula 1, además no ibas a estudiar ese domingo, haber estudiado antes...
-Bueno...
Entonces me dijo dónde recoger los billetes de avión. Ya lo tenía todo preparado, el avión, el hotel, las entradas, así que el llamarme fue una pura formalidad. Mi padre suele hacer sus cosas así, con la táctica de los hechos consumados. Es difícil decirle que no.
El vuelo en el puente aéreo a Barcelona fue en el que más miedo he pasado en mi vida. Cerca ya de Barcelona había un tormenta terrible y el avión se movía sin parar, pasé muy mal rato.
Después de eso ya no recuerdo gran cosa hasta la mañana siguiente al llegar al circuito, pero es que ese es un recuerdo imborrable.
Llegamos a los exteriores del circuito y, a pie, nos dirigíamos hacia la puerta principal frente a la recta de meta. Había un ambiente muy agradable y festivo, con chiringuitos portátiles que desprendían olor a carne a la plancha y en los que extranjeros de aspecto extravagante bebían y comían hablando a voces. Grupos de gente con banderas caminaban en el mismo sentido que nosotros. Todo me parecía muy cosmopolita.
De repente aquel ruido. Jamás lo olvidaré. Miré hacia delante como esperando ver algo, preguntándome si eso de verdad podía ser el ruido de un motor de coche. En boxes alguien debía haber arrancado un motor y le daba acelerones antes de salir a pista.
-Vamos vamos vamos –le dije a mi padre. Sólo me faltó cogerle del brazo y tirar de él.
Casi a la carrera entramos en el circuito y antes de buscar nuestras localidades me lancé como un loco hacia la valla que daba a la recta de meta. Desde allí se vislumbraban los boxes. Algunos coches empezaban a salir. Nunca pensé que ver y oír algo pudiera llegar a gustarme tanto.
Vimos los entrenamientos desde nuestro sitio en la grada al final de recta. No había mucha gente pero yo disfruté como un crío. Después de la sesión convencí a mi padre de que me comprara algo de Ferrari que me identificara como tifoso para la carrera del día siguiente. Con el sol que pegaba la opción fue clara: una gorra. Vista ahora es una gorra bastante fea pero para mí siempre tendrá el valor de ser mi primer souvenir Ferrari oficial. De hecho sigo conservando las dos que compramos, la de mi padre y la mía.

La gorra en cuestión unos años después junto a mi mesa de estudio en mi habitación con una bandera de Ferrari (falsa) que compré en Pisa.
De la carrera no recuerdo mucho, tan sólo que me alegré de que ganara Prost –como estaba cantado- y de que Berger lograra un punto para Ferrari (entonces aquello no parecía muy malo). Lo que más se me quedó grabado sin embargo fue el fijarme en el casco de Senna cada vez que pasaba por delante de nosotros y pensar “ese es Senna, ese es Senna” lo cual, hasta el día de hoy me sigue extrañando puesto que siempre me ha gustado más Prost y hasta le tenía cierta manía al genial piloto brasileño. El podio lo completó, además de Senna en 2ª posición, el tal Michael Schumacher. Por cierto, en aquella carrera, la quinta de la temporada, logró sus primeros puntos Michael Andretti para McLaren.
Lo que más me llamó la atención en aquella mi primera experiencia con los fórmula 1 fue el increíble sonido de los motores, el chasquido brutal al subir de marchas tras la primera curva y también el silbido de los alerones (como el que se oye a los aviones en los aereopuertos) al llegar al final de recta a su velocidad máxima.
Como fue un viaje tan precipitado no sé si no quise o no pude llevarme cámara de fotos así que lo único que puedo mostrar aquí es uno de mis más preciados tesoros: la entrada de aquel GP y un par de páginas de un programa gratuito que regalaban al entrar.

Dieciseis mil pesetas por el abono de los tres días, ¿barato?

Nótese que tan sólo había tres tribunas y tres pelouses. Cómo hemos cambiado...
